sábado, 24 de noviembre de 2007

q weaa

Yo considero que la biblioteca debe ser un lugar fascinante. Un templo del saber, un emplazamiento sagrado. Yo siempre he estado limitado a la biblioteca de mi colegio, pero hoy decidí expander mi conocimiento. La aventura en una biblioteca puede ser placentera. Y cruel. Y a mí me ocurrió justamente lo segundo. Para colmo, en la modernísima Biblioteca Nacional del Perú.

Posiblemente lo que me ocurrió fue por ignorancia, por no estar habituado a concurrir a muchas. Es posible que lo que me haya ocurrido sea considerado como razonable en otros lugares.

El cliché que te vende la publicidad es que en una biblioteca uno va y busca el libro, en base a catálogos. Siempre hay gentiles asistentes cercanos a ti, para alcanzarte un libro alto, para buscarte un libro. Si es necesario, te prestan el libro, confiando en que lo devolverás en la fecha indicada.

Pero el Perú es el Perú. Conociendo a la gente y su precaución, al pedir un libro tienes que ser específico, apuntar código, autor, año, para que el encargado busque el libro por ti, para que no te tomes la molestia. De malo no hay nada en esto, pero que se puede hacer cuando solo hay una computadora para buscar, en donde para informarte de un solo libro (en el area de investigación solo se puede trabajar con un libro) tienes que hacer larga cola (y más larga cuando la persona no sabe usar una pc). El préstamo de libros es prohibido, pues la moral de los peruanos es de las mejores del mundo.

Apunté los datos de mi libro (El otro sendero, de Hernando de Soto), y tras 15 minutos de espera, me trajeron El Mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría. Reclamé, se disculparon, pero eso sí, no me trajeron el libro deseado.

Al final, cuando mis amigos y yo decidimos cruzar la puerta de la sala, juston cuando salgo suena la alarma. Pasé de nuevo, y sonó nuevamente. Revisé mi mochila. Tenía dos blocks, un lapicero, un liquid, diarios pasados, un ¿tenedor?, dinero, una llave. Llamaron a vigilancia (que para colmo se demoró 10 minutos en llegar). Pasaron la mochila, y no sonaba el detector. Pasé, y sonó. El problema estaba en mí. Y aquella frase de TV retumbó en mis oídos "Acompáñenos por favor".

¿Qué podía impedirme pasar tranquilamente? No tenía drogas, hacía rato había tomado Coca Cola, y definitivamente no iba a robarme un libro escondiéndolo, como mencionó una amiga, en las gónadas. Me tuve que desvestir, para que pasaran la mochila y mi ropa por el detector. No sonó nada. Para colmo, comenté que al llegar a aquella sala no sonó nada. Conclusión: Como la máquina no estaba malograda, la culpa era de mis brackets.

Una amiga le da la razón al guardia. Otras dos quieren mandar el caso a El Comercio. Dos amigos se mataron de la risa. ¿Pero que me pudo impedir pasar? ¿quién estaba malogrado, la máquina o yo? ¿Era sólo la máquina, o el sistema bibliotecario nacional?

q weaa

3 comentarios:

Anónimo dijo...

t calatearon! =O

Anónimo dijo...

mmm...revelacion de las maquinas?q tienen contra los brakets...al menos los que los utilizamos creemos en una sonrisa mejor!pero en un pais mejor...con cultura...utopico no?....pero siempre es bueno soñar..!=D

Anónimo dijo...

tu sabes carlos, vivimos en un pais subdesarrollado, que ni el mas rico deja de ser pobre en otro pais. recuerda, la negligencia, y la desidia por parte de las autoridades se va convertido en un cliche en nuestra grandiosa y maginifica cultura peruana.